EL VIAJE DIARIO DE LOS MENÚS SOLIDARIOS
Durante la cuarentena que ha paralizado España, algunas loables actividades se han mantenido inquebrantables gracias al firme apoyo de ciudadanos comprometidos. Ellos son los nuevos héroes. Lejos de velar por intereses narcisistas, han conquistado esa vieja carencia de las sociedades democráticas desde la fortaleza de espíritu y han empoderado la solidaridad. Esta es una realidad que conocen en Casa Carmela, cuyo proyecto, lejos de apagarse, se eleva cada día. Es reconfortante recuperar las rutinas en este restaurante madrileño cuyas cocinas se apagaron el 14 de marzo, inicio del confinamiento. Después de cincuenta días, el ruido de las baterías se ha reanudado en los fogones por al apoyo de donantes anónimos cuyo esfuerzo, a través de la página web, ha abierto un camino hacia la recuperación. Los menús solidarios, destinados a los niños del barrio de San Blas-Canillejas, comenzaron el pasado lunes, 4 de mayo, a salir diariamente hacia los tres puestos de reparto habilitados en el distrito. Desde primera hora, la cocinera del restaurante planifica el trabajo. Las opciones han de ser equilibradas porque el criterio pasa por la calidad y es esencial que el pescado y las verduras estén siempre presentes. El presupuesto es ajustado, dadas las circunstancias, y sorprende que no haya beneficio económico en el proceso. Ahora el ambiente es más relajado. Los clientes se acercan al puesto de entrega para recoger sus pedidos, porque de vez en cuando aparecen viejos amigos cuyo fiel apoyo al local comienza a notarse; y se torna imprescindible. Las empresas de alrededor van recuperando poco a poco la normalidad y en las calles aparece alguien que se detiene ante el escaparate: más de 1.500 euros recaudados anuncian la financiación de 500 menús. Y la cifra sigue en aumento.
Los sonidos de la cafetera se mezclan con las sonrisas de Sandra cuando llega Alonso, miembro de la Asociación, para recoger los paquetes. Una vez que se han completado con un postre casero y con un trozo de pan, son transportados en su vehículo personal. Nadie gana un céntimo de todo esto.
Hoy es el cuarto viaje que realiza y su actitud generosa es síntoma de un espíritu altruista. Solo así combate la frustración ante la dura realidad a la que se enfrenta. En el local de la Asociación los miembros organizan desde el diálogo prudente la coordinación del reparto. La moral es alta y los esfuerzos se aúnan para fortalecer voluntades. Es la mejor manera para combatir el desaliento. En el barrio madrileño de San-Blas Canillejas hay setenta familias que necesitan la solidaridad. Algunas tienen el apoyo de la renta mínima, otros son moradores en viviendas ocupadas y todos se enfrentan al desafío del hambre. Cada aportación es imprescindible. Los vecinos esperan reunidos frente al edificio de servicios sociales compartiendo conversaciones entre la algarabía de los niños que corretean entre ellos. Los semblantes parecen iluminados con ciertas esperanzas, pero reflejan los estragos de vidas complicadas. Aun así, el respeto mutuo aflora en cada gesto, en cada acercamiento y en cada palabra y los agradecimientos se suceden a medida que los menús se van retirando de las mesas. Los paquetes de Casa Carmela se reservan para los niños, el resto de donaciones se reparten atendiendo a las necesidades de cada uno. Hoy es un día excepcional: nadie se ha quedado sin comida. Pero esa situación no se produce siempre y muchas veces se recurre a los bocadillos como solución de emergencia.
En la mente de todos los actores solo hay lugar para el optimismo. Es el espíritu que se respira en Casa Carmela cuando se comienzan a preparar los menús solidarios. La actividad del restaurante prosigue paulatina pero fiel a una ideología generosa en tiempos de crisis que de momento cuenta con el apoyo del barrio.